martes, 1 de febrero de 2011

Fear

Dicen que, de pequeños, es normal tener miedo. Temer a la oscuridad, a los fantasmas o quizá a los monstruos que se esconden bajo la cama. 
De pequeña, yo no tenía miedo. Nunca tuve que mirar bajo la cama antes de dormir ni necesité una lucecita encendida en el pasillo. El miedo vino después, cuando me hice mayor.
Miedo al dolor, a hacer daño a alguien. A que me hagan daño a mí. Miedo a implicarme, a que me conozcan. Miedo a enamorarme, a desenamorarme. Miedo a ilusionarme. Miedo a sentir.
Supongo que piensas que no soy nada normal, y que es imposible tener miedo a sentir. Que no tiene ninguna lógica. Que no se puede tener miedo a la ilusión.
Pero no es algo que yo haya podido escoger. El miedo es como el amor, o lo sientes, o no lo sientes. No hay más. Y tiene sentido. Claro que lo tiene. Sentir, emocionarse, ilusionarse es arriesgarse a que te hagan daño. Arriesgarse al dolor. Y no querer que te hagan daño tiene mucha lógica.
Aunque claro, también es cierto que no sentir es armar un muro a tu alrededor. Y siempre he dicho que los muros no mantienen a los demás fuera, sino a ti encerrado dentro. Aunque tal vez sea lo más sensato.
Supongo que al final, sea o no sensato, no podemos encerrarnos eternamente. Hay que arriesgarse a vivir. No permitir que el mundo pase sin nosotros. Porque la vida, nos guste o no, se construye a base de caídas, puñaladas por la espalda y dolorosas desilusiones. Y lo único que nosotros podemos hacer, es aprender de ellas, y volver a arriesgarnos a que nos brillen los ojos cuando pensamos en alguien, aunque luego, ese brillo se trasforme en lágrimas.

 ~Triss

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