lunes, 6 de marzo de 2017

Esta mañana me he levantado con eco en mi interior. No era un gran eco, como cuando estás en la montaña y gritas rompiendo en silencio, nada de eso. Era un eco sordo, pequeño, como cuando golpeas una caja de madera vacía. Y exactamente así es como me sentía yo por dentro, pequeña y vacía. Era algo tan profundo que parecía que cualquiera que me mirase atentamente a los ojos podría notar la oscuridad que se había apoderado de mí.
Lo que sonaba en mi interior era algo tenue, algo que repiqueteaba incesantemente, como si no quisiera que olvidase ese agujero que me devoraba silenciosamente. Como si quisiese llamar mi atención.
Luego he recordado qué día es hoy y entonces todo ha cobrado sentido. Al principio he pensado que te echo de menos y me he odiado por ello. He pensando que a pesar del tiempo ese vacío sigue teniendo tu olor y tu nombre, y durante un eterno segundo he pensando en escribirte. En pedirte que vuelvas una vez más. En contarte cuánto te necesito algunos días.
Después me he dado cuenta de que esa voz estaba equivocada, de que no quiero hacerlo. De que no te echo de menos. No quiero volver a verte. No quiero volver a escucharte. Y, desde luego, no quiero volver a tu vorágine de ausencias. Me he dado cuenta de que no te echo de menos a ti, sino a la persona que yo era a tu lado.
No quiero que vuelvas No te necesito. Pero echo de menos todo lo bueno que quedaba en mí y que te llevaste al irte. Echo de menos todo lo que no puedo pedirte que me devuelvas, porque sé que una palabra tuya bastará para hacerme caer.