miércoles, 13 de marzo de 2013

A happy ever after...

En realidad, nunca me han gustado del todo los finales felices. Incluso de pequeña, mientras todas suspiraban al ver como el beso del Príncipe Azul despertaba a Blancanieves o a la princesa Aurora, o como llegaba cabalgando en un precioso corcel blanco para rescatar a Cenicienta de sus horribles hermanastras, yo prefería ver una y otra vez como Pocahontas dejaba marchar al amor de su vida, a pesar de haber peleado contra su gente y sus ideas para defender sus sentimientos.
Como si fuese una macabra broma del destino, una forma de avisarme, de prepararme para la realidad que venía después. De advertirme de que no va a haber ningún final feliz para mí. De que ningún príncipe azul vendrá para salvarme, de que tropezaré una y otra vez con la misma piedra, de que siempre caería en las redes del chico malo, que, lamentablemente, no viste con capa negra en la vida real, aunque sí que mantiene esa sonrisa traviesa que siempre me ha enganchado.
Y da igual que parezca que todo empieza a funcionar, que esta vez he elegido bien, o que me esfuerce en sonreír cada mañana. Da igual esa jodida positividad que me empeño en mantener, como un escudo ante todo lo que pueda llegar, porque nadie puede luchar contra el destino. Y el mío no está a su lado, por mucho que yo lo intente, o espere cada noche sin darme cuenta de que cuando suene el despertador me arrepentiré de no haberme ido a dormir cuando debía.
Porque seamos sinceros, no tengo nada de lo que espera, de lo que busca, o de lo que merece. No puedo darle lo que desea, por mucho de mi que yo ponga sobre la mesa. Nunca bastante, nunca a la altura. Haga lo que haga, siempre en el segundo puesto, en la zona prohibida, de la que nunca podré salir aunque quiera. Porque ese es mi lugar. La que mejor escucha, con la que más secretos compartes, en quien más confías. La que te dará los mejores consejos y te ayudará en cualquier situación. Con quien tendrás conversaciones interminables, y luchará por sacarte una sonrisa siempre que pueda. Pero no alguien con quien vivir algo más. No la persona destinada a tener un "Felices para siempre" y comer perdices al final de cuento.
Y seamos realistas, digan lo que digan, Esmeralda no iba a quedarse con el Jorobado.
#Triss

lunes, 11 de marzo de 2013

Always to blame


Hoy vengo a contaos una de esas historias que todos conocemos. Que en algún momento, todos hemos vivido o, en cualquier caso, acabaremos por vivir. Una historia que habla de orgullos, silencios y rencores. Pero también de ese cariño que ya forma parte del tuétano de tus huesos y de la nostalgia que se instalará entre tus costillas si es que esta historia no tiene un final feliz.
Os hablo de una historia sobre amistad y errores. Sobre recuerdos que te atormentaran durante las noches, y momentos que invadirán tus sueños cuando menos lo esperes.
Es ese tipo de historia que, si me preguntases que a qué se parece, te diría que es como una tormenta de verano. Y empieza de la misma forma: todo está despejado, y un instante después, el cielo se ha cubierto de nubarrones negros y la lluvia se ha desatado sobre tu cabeza.
Pero por desgracia, mi historia habla sobre personas y no sobre el tiempo. Y las cosas no suelen terminar de una forma tan simple como las lluvias del verano.
Y así, nos encontramos con que de repente, y sin explicarte cómo, las cosas han cambiado tanto que no las reconoces. O no te reconoces, según se mire.
De pronto, te llueven los reproches. Se cuestionan todas tus palabras. Tus pensamientos se convierten en ofensas sin ni siquiera darte cuenta y donde pensaste que siempre encontrarías una mano para apoyarte, resulta que hay contestaciones mordaces y malas caras. Dejas de tener conversaciones para tener discusiones, justo cuando el respeto ha terminado de salir por la ventana. Y algo que fue tan sencillo como respirar, empieza a requerir un esfuerzo que no sabes si merece la pena.
Y entonces entra en escena ese estúpido orgullo, que trae con él los días de silencios y de ignorarse, y las reacciones infantiles frente a la situación. Y va minando las ganas de solucionar las cosas que pudiese haber, al tiempo que cada minúsculo grano de arena se convierte en una montaña, cada vez más alta, que se interpone entre aquel a quien llamaste amigo.
Y es en ese momento cuando recuerdas todo lo que en algún momento te dijeron, y los consejos que un día te dieron. Descubres cual es tu lugar, y que no piensas bajar ni un sólo escalón... hasta que alguien decida subir el primero.
Porque te has cansado tanto de tragar orgullo una y otra vez, que en esta ocasión, te da igual no ser tú quien escriba el final de la historia.
~Triss