martes, 25 de septiembre de 2012

Won't let you go


El duelo acompaña a toda pérdida, por insignificante que esta pueda parecernos. Es un proceso psicológico tan necesario como inevitable.
El duelo nos ayuda a afrontar la pérdida. A recuperarnos de ella. A aceptar el adiós que nos hemos visto obligados, o que hemos decidido, pronunciar.
Se dice que un duelo tarda al menos un año en resolverse. Que es tras trescientos sesenta y cinco días cuando se completa el ciclo de vivencias, y de ausencias, que nos hace reafirmarnos en el cambio que se ha producido, y que no tiene vuelta atrás posible.
Un año, y el recuerdo de quien ya no está debería dejar de acosarte en los momentos más inesperados.
Pero claro, eso sucede cuando has sido capaz de decir adiós. Cuando te has despedido. Y ese no es mi caso.
Yo nunca he sabido despedirme como debería de las personas que quiero. Y precisamente por eso siempre he odiado tantísimo las despedidas.
El caso es que mi año ha pasado, pero yo sigo exactamente igual que al principio. Rasgando el papel para evitar que las lágrimas y tu recuerdo me rasguen a mí. Recordando lo que un día prometí, lo que nos prometimos, todo lo que creímos posible.
Tratando de aceptar de una maldita vez que nos perdimos. Que me fallaste. Que yo te fallé a ti más que nadie. Que no supe entender que tal vez tus voces no eran hostilidad, que quizá sólo estabas pidiendo que me quedase, que no te dejase caer, a base de silencios y gritos, y con esa forma de hacer las cosas tan tuya.
Esa forma de hacer las cosas que yo creí comprender cuando te prometí que siempre estaría ahí, que siempre podrías contar conmigo en una noche de insomnio, o en uno de esos momentos en los que estás tan perdido que no puedes reconocerte ni a ti mismo.
Y aún hoy, un año y muchos 'adioses' después, sigo aquí. Escribiendo para ti, aunque sé que ni vas a leerlo, ni te interesan mis palabras. Sigo aquí para decirte, una vez más, que podrías encontrarme si quisieras porque, como siempre, sigo aquí, en las sombras. Preocupada por ti, y sonriendo con tu felicidad, como siempre he hecho, aunque yo ya no forme parte de ella.
Pero aunque mi pérdida aun no se haya resuelto del todo, ya he empezado a aceptar que hay deseos que nunca se cumplen -y que a veces es mejor que no lo hagan-, y que hacer que el tiempo corra hacia atrás y me devuelva todo lo que se ha llevado lejos de mí es uno de ellos.