El duelo acompaña a toda pérdida, por
insignificante que esta pueda parecernos. Es un proceso psicológico
tan necesario como inevitable.
El duelo nos ayuda a afrontar la
pérdida. A recuperarnos de ella. A aceptar el adiós que nos hemos
visto obligados, o que hemos decidido, pronunciar.
Se dice que un duelo tarda al menos un
año en resolverse. Que es tras trescientos sesenta y cinco días
cuando se completa el ciclo de vivencias, y de ausencias, que nos
hace reafirmarnos en el cambio que se ha producido, y que no tiene
vuelta atrás posible.
Un año, y el recuerdo de quien ya no
está debería dejar de acosarte en los momentos más inesperados.
Pero claro, eso sucede cuando has sido
capaz de decir adiós. Cuando te has despedido. Y ese no es mi caso.
Yo nunca he sabido despedirme como
debería de las personas que quiero. Y precisamente por eso siempre
he odiado tantísimo las despedidas.
El caso es que mi año ha pasado, pero
yo sigo exactamente igual que al principio. Rasgando el papel para
evitar que las lágrimas y tu recuerdo me rasguen a mí. Recordando
lo que un día prometí, lo que nos prometimos, todo lo que creímos
posible.
Tratando de aceptar de una maldita vez
que nos perdimos. Que me fallaste. Que yo te fallé a ti más que
nadie. Que no supe entender que tal vez tus voces no eran hostilidad,
que quizá sólo estabas pidiendo que me quedase, que no te dejase
caer, a base de silencios y gritos, y con esa forma de hacer las
cosas tan tuya.
Esa forma de hacer las cosas que yo
creí comprender cuando te prometí que siempre estaría ahí, que
siempre podrías contar conmigo en una noche de insomnio, o en uno de
esos momentos en los que estás tan perdido que no puedes reconocerte
ni a ti mismo.
Y aún hoy, un año y muchos 'adioses'
después, sigo aquí. Escribiendo para ti, aunque sé que ni vas a
leerlo, ni te interesan mis palabras. Sigo aquí para decirte, una
vez más, que podrías encontrarme si quisieras porque, como siempre,
sigo aquí, en las sombras. Preocupada por ti, y sonriendo con tu
felicidad, como siempre he hecho, aunque yo ya no forme parte de
ella.
Pero aunque mi pérdida aun no se haya
resuelto del todo, ya he empezado a aceptar que hay deseos que nunca
se cumplen -y que a veces es mejor que no lo hagan-, y que hacer que
el tiempo corra hacia atrás y me devuelva todo lo que se ha llevado
lejos de mí es uno de ellos.
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