Si tuviese que contarte su viaje, Sara lo haría hablando de todas las sensaciones que había dejado que la dominasen.
Contaría cómo se había sentido arder y vibrar antes de montarse en el coche, y que no fue consciente del tiempo que llevaba al volante hasta que se encendió la luz de la reserva. Hablaría del olor a gasolina impregnando sus manos cuando paró a repostar, y que no se molestó en limpiar antes de volver a la carretera; y también de la paz que empezó a invadirla cuando bajó las ventanillas y sintió la velocidad en la piel
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