Un sentimiento que hace que no seas capaz de pensar con claridad. Que echa por tierra todos los ideales que siempre defendiste contra viento y marea. Te hará plantearte quién eres realmente. Cuándo cambiaste, y sobre todo, por qué.
Porque en realidad, por más justificaciones que te empeñes en buscar, por más explicaciones que intentes encontrarle a la situación, al final debes aceptar que no hay culpables más allá de ti mismo.
Y te arrepentirás por todos y cada uno de tus actos, por haber permitido que el instinto aflorase en ellos. Aunque sabes que no tiene sentido y que no hay marcha atrás. Que ya no puedes deshacer lo que hiciste, que hay cosas que no van a arreglarse. Que queramos o no, hay puntos de no retorno.
Y que tampoco sirve de nada esconder la cabeza y tratar de escapar del mundo. Porque tal vez consigas alejarte de la gente y los comentarios, pero nada hará que te libres de tus recuerdos.
Y, en algún momento, hay que afrontar todos los actos que cometimos, porque los problemas no van a desaparecer como los sueños tras el timbre del despertador.
Y la realidad es que la única forma de acabar con la culpa y los remordimientos, y desterrar a las pesadillas que te acosan cada noche es sacar de una vez los monstruos del armario y enfrentarlos a la realidad.
Y al final, no queda otra que confiar en que el destino y el karma tengan reservado algo bueno para ti esta vez. Aunque en realidad, sabes que no has hecho nada para merecerlo.
~Triss
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