Es una lástima que lo mío no sea una película, sino la vida real. O, en el caso de que quisiera encuadrarlo en un género, sería una de esas películas que dan un giro absurdamente enrevesado en los últimos minutos, y ese amigo en el que todos habíamos confiado en todo momento, suelta la mano del protagonista con una sonrisa macabra.
Y aquí me tenéis a mi, en caída libre desde lo más alto, acompañada de mi confianza y de mi imaginación, y abrazada únicamente a mi decepción.
Preguntándome por qué las cosas cambian siempre de esa forma tan brusca, porqué tiene que existir ese maldito equilibrio que hace que no puedan pasar dos cosas buenas al mismo tiempo.
Y sobre todo, intentando convencerme de que la complicidad y la sinceridad no pueden haber desaparecido de repente, que tiene que quedar algo de lo que un día nosotras fuimos, pero que el tiempo me ha hecho comprender que ya no volveremos a ser nunca.
Intentado encontrar una explicación a todo lo que se ha dicho, y sobre todo a lo que nos hemos callado, a lo que hemos pensado, pero nunca ha salido a la luz. Intentando encontrar una solución, intentando apartar tanto orgullo que nos aleja para que todo vuelva a ser como al principio, para ser capaces de fingir que estos meses no han pasado, que todo sigue estando bien.
Porque si algo he terminado por aprender en los últimos tiempos es que cuando algo se rompe, por mucho empeño que se ponga en restaurarlo, nada va a hacer que se borren las grietas, por más que nos duela.
Así no tengo muy claro si esto es una despedida, o sólo una forma de sacar todos esos pensamientos que me acosan cuando cae el sol y no me dejan dormir, ni tampoco respirar, pero aquí está.
Un final para una película que, a pesar de su absurdo y cruel desenlace, ha sido la mejor que nunca nadie podrá llegar a soñar.
~Triss
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